lunes, 11 de mayo de 2009

Mt. Gravatt Res


Jueves 7 de Mayo, 2009. 10: 16 p.m.

“Si pudieras pedir un deseo y pudieras estar las próximas 5 horas en cualquier lugar del mundo haciendo cualquier cosa, qué escogerías” …

Lo primero que pasó por mi mente fueron imágenes de los paisajes Suizos que había estado viendo hace apenas unas horas. Detallaban lugares perfectos con el agua tan clara que reflejaba todo a su alrededor, desde grandes y nevadas montañas debajo de un cielo de perfectos tonos de azules y nubes que parecen algodón hasta árboles que parecían estar dibujados con pincel sobre los campos más verdes que jamás haya visto.

Y luego, una imagen de la aurora boreal me llevó hasta Alaska. Colores que pintan el cielo de maneras asombrosas y que al mirarlos te das cuenta de que estás frente a una de las más grandes maravillas de la naturaleza recordándote que la realidad supera la imaginación.

En cuestión de segundos viene a mi mente mi lugar preferido, las playas. Imágenes del mar que brilla a la luz de una luna llena que sonriendo lo cuida radiante. Y podía oír el sonido de las olas romperse mientras yo me encontraba parada frente aquella inmensidad no haciendo otra cosa más que contemplar maravillada aquel espectáculo que incita al ensueño.

Enseguida la imagen de un bosque enorme. De esos en los que al entrar puedes sentir cómo cada árbol esta vivo y oyes silbar el viento que acarrea consigo ese aroma a madera que te hace sentir parte del bosque. Y de repente me encontré montando un hermoso caballo café con el que corría sintonizando el galope con el latir del corazón mientras acariciaba el viento como nunca antes, con los ojos cerrados y los brazos abiertos.

De manera indudable mi mente llegó repentinamente a Australia. La primera parada: Fraiser Island.
Una isla en verdad hermosa, llena de ríos y lagos de todos colores que se esconden entre los bosques y dunas que forman este mágico lugar. Recorrí todos esos lugares una vez más e incluso, por segundos, volví a estar en ese riachuelo en el que al dejarte llevar por la corriente tu mente se olvidaba del frío que siente al estar sumergido en su agua helada.

Y de manera inesperada estaba en Brisbane, mi segunda y última parada. Pero no sobre el puente iluminado que decoraba el paisaje del centro de la ciudad o en el río que pasaba por debajo, en el que mediante un paseo en bote podías apreciar la hermosura de mi pequeña ciudad, estaba en mi residencia. Ese lugar chiquito en medio de la nada sin instalaciones impresionantes ni grandes atracciones ni decoraciones magníficas. Me encontré sentada bajo aquel cielo morado lleno de estrellas, del que tanto disfrutaba, mientras platicaba con amigos cuyas nacionalidades me hacían sentir una muy pequeña parte del mundo. Gente de Australia, India, Singapur, Malasia, China, Pakistán, Egipto, África, Perú, Estados Unidos, Escocia, Tanzania y muchos otros lugares que además de hacerme aprender geografía, vio nacer a gente que me enseñó que a pesar de ser todos tan diferentes nos une una energía mucho más grande que por momentos nos hacía sentir parte de una hermandad.
Cuando estábamos juntos, no había religiones, ni idiomas, ni razas, ni colores, ni historia; porque al vernos a los ojos todos éramos iguales. Encontrábamos tanto de nosotros mismos en los demás que toda clase de muros se derivaban creyendo por instantes que no existían diferencias culturales.

Y ahí es donde quería estar. Cinco horas más con esas personas increíbles que me abrieron sus corazones y entraron en el mío para quedarse por siempre ahí. Quería repetir la rutina que hice todas las noches durante 4 meses y que en su momento parecía cualquier cosa pero que ahora son un sueño.

Y es cuando me puse a pensar en lo increíble que es la vida, en cómo pudiendo estar en los lugares más asombrosos la felicidad se encuentra en las cosas más pequeñitas. Nuestros anhelos se basan en esos detalles, momentos que te quitan el aliento por la grandeza de su humildad.

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